"Ser vos tu propia casa"
- Isabella
- 15 ago 2021
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 31 ene 2022
Esta frase no es mía, me la dijo un amigo viajero hablando hace dos días. El post no se llamaba así pero fue inevitable no usarla, pues, en cinco palabras, resume a la perfección la intención de este escrito.

Constantemente me preguntan sobre mis viajes y al hablar de ellos, inevitablemente surge la pregunta: "¿con quién vas?". Cuando respondo que voy sola, recibo todo tipo de reacciones. Para muchos es normal, algunos cuestionan con asombro y unos otros, incrédulos y desconfiados, reaccionan con rechazo y desaprobación. Y bueno, indiferente a la reacción, al responder siempre trato, de alguna forma, convencer a quien me escucha, de que si no lo ha hecho, algún día se atreva a hacerlo.
Mi primer viaje sola sola fue en el 2016; me fui un mes a Ghana de voluntaria en un orfanato y profesora de inglés y matemáticas en un pueblito costero a dos horas de la capital, Senya Berakú. Fue un viaje completamente diferente, transformador y lleno de primeras veces: primera vez de voluntaria, primera vez en África y primera vez, viajando sola.
La preparación del viaje fue emocionante. Era algo que había querido hace mucho tiempo y por fin estaba a punto de hacerlo. Llevaba una maleta gigante, muy diferente a la mochila con la que viajo ahora (grave error que no vuelvo a cometer). Y realmente no tenía mucha ropa, la tenía más bien llena de chucherías: coffee delights (sí, yo tampoco entiendo), hula hulas, rompecabezas y cosas así para jugar con los niños. Y también, de exagerada, llevé atún en lata y bolsas de maní; aunque la verdad, esos sí me sirvieron mucho.
Mi vuelo de ida fue Bogotá - Washington, Washington - Accra (la capital de Ghana). Llegó el día del viaje y yo no cabía en el cuerpo de la emoción. Recuerdo que salí madrugada de Bogotá. Esa noche casi que no dormí de la emoción; era el viaje que tanto había querido. De Bogotá a Washington todo fluyó perfecto, no tuve ningún percance; llegué al aeropuerto de Washington y hasta ahí llegó la sonrisa.
Llegué a Washington y me tocaba sacar la maleta porque viajaba en dos aerolíneas distintas. Recibí la maleta y no habían pasado dos minutos cuando se me acercó un policía; me escaneó de arriba a abajo con una mirada intimidante, sacó una placa y sin explicación alguna me dijo: "please come with me".
En ese momento a mi se me fue el alma. Yo no sé que me estaba imaginando pero si soy buena en algo es para hacerme películas y, en ese instante, todas se me pasaron por la mente. Entramos al famoso cuartico y me cuestionaron la vida entera. Me revolvieron toda la maleta y me trataron como si estuviera haciendo algo ilegal. Eran tres policías cuestionándome, susurrándose cosas, mirándome como si no valiera un peso y en esas me tuvieron casi 3 horas.
Salí de ahí corriendo con la maleta gigante hacia el counter, estaba apretada con la conexión y tenía que meter la maleta. Llegué y estaban cerrando el vuelo, afortunadamente me dejaron tiquetear la maleta; hice check in y salí pitada para inmigración. Llegué a Inmigración y, ¡sorpresa!, una fila larguísima.
En ese momento, me llené de rabia. Estaba brava de cómo me habían tratado, me sentía drenada e indignada con la vida. No entendía que había sucedido en ese cuartico y por qué me habían tratado como lo hicieron y ahora para rematar una fila eterna; voy a perder el vuelo, lo que faltaba y ahí mi cabeza empezó a hacer de las suyas: Bendito viaje a Ghana. Qué hago yo aquí. Estuviera relajada en mi casa. Para qué me pongo a inventar. Que mierda todo. Quería llorar, gritar, salir corriendo y coger mis cosas; quería devolverme a mi casa.
Estaba bloqueada, muerta del susto, nerviosa así que asumí mi destino y me sumé a la fila; en otras circunstancias hubiera pedido que me dejaran pasar, pero en ese momento no tenía energía para nada y sentía que si hablaba me ponía a llorar. Ya ahí tenía los ojos aguados; me sentía sola en el mundo, desprotegida, humillada y como si fuera poco, el wifi del aeropuerto no me servía; estaba sola.
Quería comunicarme con mis papás y contarles lo del cuartico. Escuchar su voz y quizás relajarme. Junto con la rabia, llegó el miedo. Miedo de no saber a lo que me enfrentaba y miedo de la decisión que yo, en contra de cualquier recomendación, había tomado. Estaba en esta vaca loca y ya no podía echarme para atrás, tu solita te metiste en estas me decía a mi misma. Desesperada en esa bendita fila de inmigración, solo pensaba en que me iba a ir sin despedirme y eso me angustiaba aún más. Pero bueno, seguí en la fila muerta del susto, ya rendida ante lo que me esperaba.
La espera fue eterna. Miraba para todos lados, y la verdad, no sé buscando qué. La gente a mi alrededor se veía ocupada; distraída, cada quien en lo suyo y yo cada vez más consumida por los nervios. Miraba el reloj y me angustiaba más; iba a perder la conexión; ¿qué estoy haciendo aquí?, ¿por qué me vine sola? ; el tiempo pasaba y yo seguía en una fila sin avanzar.
Pasé inmigración y salí corriendo a la sala de espera. Sentía el corazón a mil y cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Me quería despedir, me necesitaba despedir; no podía montarme en ese vuelo sin hablar con mis papás. Yo necesitaba despedirme y más que despedirme, sentía que cuando yo les dijera a mis papás que estaba bien, iba a estar bien; como si esa fuera la cura de todo. En ese momento, corriendo como una loca por el aeropuerto sentía de todo: rabia, miedo, angustia y solo quería rendirme, coger mis maletas y devolverme, pero eso no iba a pasar así que pa´lante y así, en piloto automático, modo supervivencia, seguí, con todas mis fuerzas, corriendo hacia la sala.
Llegué a la sala y ahí sentí otra cachetada de la vida. El vuelo ya estaba abordando. Sabía exactamente que era la sala de mi vuelo porque todos los pasajeros, sin excepción, eran Africanos. Veía a mi alrededor y sentía que de ninguna manera yo encajaba ahí. Me sacaban 3-4 cabezas de altura; casi todos eran hombres y la mayoría de saco y corbata; parecía un vuelo más bien de negocios. Y yo, de metro 60, en pantalón de paño, camiseta y tennis, como davivienda, en el lugar equivocado.
Sentía que no pertenecía en ese lugar. Nunca me había pasado eso que voluntariamente había elegido estar en un lugar que no era el mío y que voluntariamente había elegido sentirme tan vulnerable. Literalmente sentí dentro de mí una desconexión; algo así como cuando uno está en una montaña rusa y llega al punto en el que el carrito está apunto de caer; uno sabe en lo que se metió pero de igual forma, estando ahí, la caída, te coge por sorpresa.
Extendí la entrada al avión lo más que pude tratando de conectarme al wifi. No lo logré. Entré al avión consternada. Aquí fue, me embarqué en este viaje sin despedirme. Busqué mi silla, me senté y ahí, me puse a llorar. Lloraba a cantaros sin parar no entendía de dónde salían las lágrimas: susto, nervios, miedo, felicidad, angustia, arrepentimiento, emoción; no sé pero yo solo lloraba y lloraba.
Se acercó la azafata y me ofreció agua; me preguntó que qué me pasaba y mi respuesta, entre llantos, fue "estoy lejos de mi casa, ahora voy más lejos y no me pude despedir". Ahí le eché todo el cuento, ella regresó con un celular y llamé a mi mejor amiga que vivía en Estados Unidos. Cuando me contestó, me puse a llorar; esta vez más fuerte y ella, al escucharme, más atrás también se puso a llorar.
Sentí que hice catarsis y que el alma me regresó al cuerpo. Respiré. Cerraron la puerta del avión. Miré por la ventana y volví a respirar. Me pude despedir. Ya en mi casa saben que estoy bien. Yo estoy bien. Ahora sí, empezaba la aventura.
(un video de África: aquí)
De ahí en adelante el resto es historia. Fue una aventura de principio a fin; una aventura llena de realizaciones, descubrimientos y emociones. Esa odisea en el aeropuerto fue como un inicio de todo lo que se venía. Y mirando hacía atrás entiendo que en ese momento no necesitaba más que a mí misma y que todo el miedo y angustia que viví no era más que producto de mi mente pues si analizamos la situación, no fue nada diferente a lo que comúnmente pasa en los aeropuertos. Y sí, yo había escogido estar ahí, era lo que quería pero así siendo lo que yo quería estaba muerta del susto y a la hora de la verdad, las cosas son como uno las recuerda y yo recuerdo este abrebocas así, yo lanzándome sola al vacío.
Con la experiencia también se aprende y ahora, en mi caso, el discurso es muy diferente. Cuando me enfrento a situaciones inciertas, mantengo la calma, no me angustio y manejo mejor las situación: “tranquila, todo está bien”, “tranquila, no estás sola”, “tranquila, tú puedes”. El miedo y la angustia hacen parte del viaje, y cada vez se hace menor. O pues, menor no, pero sí más llevadero. Ya uno lo reconoce, lo identifica y lo maneja; y gracias a ese sentimiento también es que puede uno experimentar, a niveles muchos más profundos, lo que se siente vivir en libertad, independencia , inocencia y curiosidad. Y de ese estado, no hay vuelta atrás.
Fue mi primer viaje sola; y sola es un decir, porque realmente uno nunca está solo en el camino. Siempre, siempre, SIEMPRE te toparás con alguien: amigos, familia e incluso, ángeles que aparecen si uno está abierto a recibir. De estos últimos, yo me he topado con varios y aquí rescato lo que me dijo una amiga viajera Libanesa que conocí en uno de estos tantos viajes "cuando viajo no hago amigos, hago familia" y, desde mi experiencia, puedo confirmar que eso es verdad.
Y cuando se refiere a familia, habla de la familia del momento porque para que sean tu familia, no tienen que ser familia para siempre; con que estén para ti en ese momento basta y es suficiente. Incluso, precisamente eso es lo que lo hace mágico. Esa es la magia de lo efímero: crear un recuerdo eterno de algo momentáneo. Son almas que llegan a tu vida y con las mismas se van pero son tan poderosas que en ese corto y preciso momento, siembran algo en ti. Puede ser algo que te dicen o algo que tú les dices a ellos; algo que te recuerden o una experiencia que vivan juntos. ALGO que se quedará contigo para siempre; y créanme, SIEMPRE hay algo.
Le cogí el gusto a viajar sola, y no es que lo prefiera a viajar acompañada, si no que últimamente así se han dado las cosas. Es un sentimiento inexplicable, una sensación de livianez en donde el único equipaje eres tú. Cada viaje es mejor que el anterior, son montañas rusas de emociones y realizaciones que estoy muy agradecida de poder vivir y sentir. Gracias a estas experiencias, hoy estoy en un punto de mi vida en el que me siento infinita y es que cuando uno aprende a amar ese momento consigo mismo la vida se transforma. Siento el mundo a mis pies y son tantas las cosas que quiero vivir que no voy a permitir que el "no tener con quién" sea una limitante para ello porque afortunadamente, conmigo, me basta y hoy puedo decir que mi casa, soy yo.
Al principio da susto; pánico incluso. Es difícil enfrentarse al mundo solo y puedes sentirte desamparado, desprotegido y hasta incapaz de hacerlo, pero solo es cuestión que te lances y lo intentes que la vida misma se encargará de mostrarte el camino; y como todo, le vas cogiendo la caña. Se necesita valentía para viajar solo, pero también es una valentía que se gana con la experiencia.
Es una experiencia lindísima y expansiva: valerte por ti mismo, atreverte a conocer gente, descubrir cosas de ti que no conocías, escuchar tu cuerpo, salir de tu rutina y por un ratico, tomar tú todas las decisiones. Parece cliché pero es una oportunidad de descubrir quien eres tú sin tanto ruido, sin tu entorno, sin tu familia, sin tu zona de confort: ¿quién eres tú cuando nadie está viendo?
Viajar solo es estar cómodo contigo mismo; es levantarte en un lugar desconocido y hacer lo que se te de la gana. Es valerte por ti mismo, hablar con desconocidos, encontrar las direcciones, conversar con tu mente, descubrir tus sentimientos; literalmente, al menos, por el tiempo que dure el viaje, es coger las riendas de tu vida. Y lo que aprendes viajando, lo replicas viviendo.
Viajar solo te abre la mente. Te abre a un mundo que desconoces. Te obligas a hablar y a conocer personas nuevas; historias diferentes a las tuyas, círculos sociales diferentes. Aprendes que no estás solo, que tus sueños también son los de alguien más y que tus miedos, no son únicos en el mundo. Que hay otras personas que hacen lo que tu no te atreves y que también, tu haces cosas que ellos aún no han podido. Es verte a ti en los demás y que ellos se vean en ti también y al reconocer este espejo resulta extremadamente reconfortarte ver en ellos un pedacito de ti que quizás ni siquiera tú mismo, aún, reconocías.
Y la invitación aquí es: HAZLO. Excusas para no hacerlo siempre van a haber; pero también, siempre habrá la manera de lograrlo, eso sí ajustado a tu pedacito de realidad. Descifra realmente qué es lo que te impide a hacerlo y atrévete a hacer lo que tanto tiempo has querido pero no te has atrevido, atrévete a destapar eso que te está cohibiendo de vivir tu vida.
A mi estos viajes me cambiaron la vida y lo curioso es que llegué a ellos por circunstancia mas no por elección; tenía planes de viajar por un año y por pandemia, fue imposible hacerlos. En su momento sentí como si mis posibilidades se desvanecieran pero ahora entiendo que, más bien, se expandieron. Quería viajar y la mejor forma que encontré, fue dentro de mí y este viaje interior me ha permitido destapar mis miedos, mis sueños y descubrir la forma en la que quiero vivir mi vida; y lo mejor de todo, ¡vivirla!. A raíz de esto he entendido que mi vida no es mañana, mi vida no es en 10 años, mi vida es ya; hoy, aquí. Mi vida es este preciso, exacto y perfecto momento y hoy siento, genuinamente, llena de amor y gratitud, que estoy viviendo mi mejor vida.
Cada quien tiene realidades diferentes. Oportunidades diferentes y aquí la cuestión es, dentro de tu realidad, ¿cuáles son tus infinitas posibilidades?. Atrévete a soñar y haz de estos sueños una realidad desde tu propio lente. Tomate el trabajo de entender y descifrar tu propio mundo en vez de estar pendiente de lo que tiene el otro; porque si nos basamos en lo que tiene el otro para hacer lo que "el otro hace", viviremos eso, la vida del otro.
Busca, dentro de tu realidad, la manera de vivir tu sueño. Primero entiende cuál es tu sueño; ¿cuál es y por qué?, y que ese sea tu punto de partida. Las famosas preguntas, háztelas; no me voy a cansar de insistir con eso nunca; el conocimiento es poder, y el verdadero poder es autoconocerse.
Crea la vida que quieres vivir que te aseguro que puedes hacerlo; suena fácil decirlo pero yo sé que no lo es. Lo vivo cada día con mis decisiones, y si bien sé que no es fácil, también sé que es posible. Es posible soñar y vivir de los sueños y cada vez me convenzo más de eso porque lo he visto, lo conozco y porque ahora, lo vivo.
Atrévete a soñar que la vida es más bonita soñando despierto. Atrévete a viajar, a explorar, a descubrir y a enfrentarte a tus miedos. Expande tu mente y no le pongas barreras a tus planes de entrada; prueba y si no funciona prueba otra cosa hasta que te funcione. Mira las cosas curiosamente y no desde el miedo. Enfréntate a la vida con una mente abierta y sobretodo, con un corazón listo para recibir que con esta mentalidad, si no se gana, se aprende pero nunca se pierde.
Espero que con mis historias, te inspire a que vivas las tuyas porque la vida es eso: una historia y depende de ti elegir qué historia quieres contar. Desde mi experiencia te digo: haz el trabajo que la recompensa es grande; cuestiónate, pregúntate y sana lo que haya por sanar para que puedas vivir tu mejor realidad. Personalmente, escribiendo aquí, yo estoy viviendo la mía.
Por leerme, ¡gracias! Se siente bonito tenerte aquí; gracias, gracias, gracias por ser parte de mí.
Con amor siempre,
Isabella.
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